La lentitud tiene una mala reputación gracias al desgastado “time is money”. ¿Qué beneficio hay en hacer las cosas con calma?
En 1986 se inauguró un McDonalds junto a la escalinata de la famosa Piazza di Spagna, en Roma. Esto generó una protesta espontánea que incluyó, entre otras reacciones, la organización de un banquete en el que se pretendía protestar contra la comida rápida e industrial, exaltando el disfrute de la comida casera, tranquila y local.
Con el tiempo, este evento dio paso a la creación de una asociación que promovía el placer de comer despacio. Usando productos naturales, recetas locales, y disfrutando del momento. Sin prisas.
Así surgió el movimiento “Slow Food”. En contraposición al Fast Food, perseguía eliminar la “sobreactividad constante” y volver a un ritmo de vida lento.
Después de más de 30 años, este movimiento se ha extendido por el mundo, y se ha convertido en una asociación activa y presente en más de 160 países.
Dentro de su filosofía, se opone directamente a la “estandarización del gusto y de la cultura y al poder ilimitado de las multinacionales de la industria alimentaria y la agricultura industrial”.
Este movimiento promueve tres principios para los alimentos, que deberían ser: “buenos, limpios y justos”.
En 1999 se genera una iniciativa para llevar también el “buen vivir” y la tranquilidad de la vida cotidiana a las ciudades. Y aparece “Cittaslow”, o “Slow City”, una red internacional de ciudades para mejorar la calidad de vida del ser humano.
Ciudades de menos de 50,000 habitantes donde la gente es “protagonista de la sucesión tranquila y saludable de las estaciones del año”. Buscan ser sitios respetuosos de la salud de sus habitantes, lugares donde prima la autenticidad de los productos gastronómicos y artesanales, y que persiguen la conservación de paisajes, arquitectura, costumbres y tradiciones.
Hoy en día esta red cuenta 272 ciudades de 30 países. Por cierto, en territorio español hay 9 “slow cities”: Balmaseda (Vizcaya), Begues (Barcelona), Begur (Girona), Bubión (Granada), Lekeito (Vizcaya), Mungia (Vizcaya), Pals (Girona), Rubielos de la Mora (Teruel) y Villa de La Orotava (Tenerife).
Uno de los primeros en asociar la velocidad lenta a la palabra design fue Alastair Fuad Luke en 2003. En su “Manifiesto” persigue, entre otras cosas lo siguiente:
Diseñando así se producirían únicamente objetos necesarios, duraderos (en contra de la obsolescencia programada), comprometidos con el medio ambiente y la sociedad.
Si hablamos de productos, entraríamos en conceptos que parecen estar de moda, como “Km0”, “amigable con el entorno”, “libre de crueldad”, “reciclable”, “artesano”, “biodegradable”, “sin conservantes”, “modular”, y un largo etcétera.
La palabra “slow” (lento) tiene una mala reputación en el sistema capitalista. Tal vez gracias al ya muy desgastado “time is money”.
Pero hoy sabemos que hacer las cosas con calma (con cariño) no es sinónimo de hacerlo más despacio. Significa pensar en procesos que favorezcan a todos los implicados. Pensemos en proveedores, productores, diseñadores, comercializadores, clientes, usuarios, y por supuesto, en el entorno.
En Smart Room Barcelona creemos en la personalización de los proyectos. Y en la revisión cuidadosa de los procesos, en dar valor al trabajo de todos los involucrados. Rechazamos la filosofía de hacer las cosas “baratas y para ayer”, porque sabemos que lo bueno toma su tiempo.
Pero, parafraseando a Raquel Pelta, (de Monografica.org), si dejamos a un lado el idealismo y buscamos únicamente la rentabilidad de este movimiento, sólo hace falta mirar la cantidad de restaurantes que comienzan a inclinarse por la “slow food”.
Para saber más:
https://www.muyinteresante.es/salud/articulo/ique-es-la-slow-food-o-comida-lenta
https://wildwildweb.es/es/blog/slow-design-principales-caracteristicas